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Mi Tiempo

Siento rabia y ya sé por qué

manuelita otero

Yo no sé si alguna vez te ha pasado que sientes mucha rabia “de repente”, pero no entiendes muy bien por qué te sientes así y no sabes de dónde puede venir esa rabia. Pues bien, a mí me pasaba cada rato.

Un día ya aburrida de esta sensación y dándome cuenta de cuánto lograba afectar mi mood y el de las personas que estuvieran conmigo, me propuse que cada vez que me sintiera así, en vez de desquitarme con rey mundo y todo el mundo, haría un esfuerzo real por tratar de entender cuál era el origen de ese sentimiento tan incómodo que, además, la mayoría de las veces me costaba mucho que se “me pasara” o se “me quitara”. Y creo que, precisamente, ahí es donde estaba el quid del asunto: pretender sencillamente que a uno se le pase o se le quite la rabia o cualquier otro sentimiento desagradable porque sí sin tratar de ir más allá profundizando, al menos un poco más, en el tema.

Después de varios años teniendo muchas peleas bobas, pero no por eso fáciles de solucionar, con mi novio –ahora esposo- por culpa de mi rabia “huérfana” me dije muy en serio: “Ya no es justo ni sano vivir así y ya no quiero seguir viviendo así”. Me animé, entonces, a tratar de buscar los motivos de mi rabia.

La verdad es que sin tener muy claro el proceso paso a paso de cómo logré descifrar las raíces de todo esto sencillamente, después de pensarlo sin tanta prevención y con algo de sinceridad, concluí que esa rabia se manifestaba cuando yo traicionaba mis principios, cuando yo traicionaba mi esencia, mis gustos y mis creencias, así fuera en cosas aparentemente pequeñas o “bobas” como escoger el sabor de un helado o de una pizza cuando tenía la oportunidad de hacerlo.

Definitivamente esta rabia “rara” aparecía cuando yo hacía lo que otros querían, independientemente del motivo que me llevara a hacerlo. A veces lo hacía para agradar, a veces para evitar enfrentamientos que, en todo caso, terminaba teniendo tarde que temprano o, a veces, porque yo no me conocía lo suficientemente bien como para poder tomar decisiones a tiempo y tranquilamente. Y, como consecuencia de todo esto, coartaba la libertad de ser yo misma, me quitaba el derecho de aceptarme con mi personalidad. Y lo más triste o, peor aún, lo más preocupante es que ni cuenta me daba de todas las cosas que hacía o decía que no eran realmente mías. Y cuando me daba cuenta, era muy tarde porque ya había peleado y llorado o, sencillamente, en silencio, me había amargado más de un día completo.

¿A qué voy con todo esto? A que creo que muchas mujeres han vivido alguna vez algo parecido -es decir, una o varias situaciones en las que se sienten que no son ellas- y pocas sacan el tiempo para enfrentarlo. Hoy en día vivimos en un día a día tan afanado, tan lleno de compromisos, eventos y tareas por hacer que en cuestión de segundos perdemos la comunicación con nosotras mismas. Empezamos a poner en nuestra lista de prioridades a nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros amigos y a la plata que tenemos que conseguir para una y otra cosa que los espacios para estar con nosotras, que deberían ser realmente sagrados, prácticamente que no existen o dejan de existir.

Claro, muchas veces sí salimos a cine con alguien, nos vamos de rumba, vamos a la peluquería o nos tomamos una tarde para “ponernos al día” con nuestras amigas, pero muchas mujeres caemos en el error de creer que esto es suficiente tiempo para dedicarnos. Y, la verdad, es que NO es suficiente porque en estos momentos esporádicos de entretenimiento se nos olvidan las oportunidades en las que sí podríamos quedarnos un rato con nosotras mismas. Nos hacen falta esas horas en las que podemos escribir lo que se nos ocurra, hacer un plan solo para nosotras, estar tranquilas en silencio o hablar un rato con nuestra conciencia.

Y siento y creo firmemente en que es por esa falta de esos espacios sagrados que nos desconectamos de nuestra esencia como mujeres y de nuestra personalidad. Es por falta de esas horas únicas que empezamos a sentirnos como atrapadas y hasta raras, como si de alguna manera ya no tuviéramos ni idea dónde estamos ni dónde queremos estar.

La pregunta clave entonces es ¿Cómo hacemos para sacar ese tiempo que nos permita dejar de tener máscaras y que, de alguna u otra forma, sí termina dándonos la libertad que tanto necesitamos con nosotras mismas y con los demás? Puede que la respuesta no sea fácil y, obviamente, depende de cada estilo de vida y de cada historia, pero por algo se empieza.

En mi caso empecé así… dándome cuenta de que me hacían falta MIS espacios, reconociendo la rabia que me daba hacer lo que otros querían pasando por encima de mi personalidad. Y, de corazón te digo, me ha funcionado. Así que ánimo, muchas veces el primer paso es el más grande, el más difícil, pero también el más importante, y se trata tan sólo de: RECONOCER.

Por Ana